Trepando por la Quebrada del Socavón

  «Aquel que reconoce la verdad del cuerpo puede entonces conocer la verdad del universo.»
Proverbio Hindú

    Una caída de agua de más de 40 metros corona la Quebrada del Socavón. Sobre una de sus laderas, entre tabaquillos, pastizales, colas de quirquincho y helechos, el mirador se convierte en un lugar de meditación y contemplación único. Pero los espíritus inquietos quieren más… y es posible darle cabida a la aventura. Aquello que a la distancia se divisa como un gran camino de monumentales rocas es posible vivenciar.

    Desde la Estancia San José, propiedad de Moisés López, se inicia el recorrido. Franqueado el alambrado, descender hasta el Socavón no es tarea fácil. Conviene observar el paso certero de los animales. Allí se perfila la contingencia: montones de rocas que algún movimiento sísmico precipitó descuidadamente sobre el río, lo transformó mágicamente en una serie de cientos de cascadas pequeñas… pero hay que llegar a la más grande, a aquella soñada que se observaba en el mirador.

    Se proyecta la mirada, se inventa el camino, se compromete todo el cuerpo en el ascenso. Por debajo de uno, por detrás quedan los abismos, como en la vida misma. Los helechos son colosales y hasta sirven de macizo apoyo. El ruido del agua, siempre armonioso al abrirse camino por entre los pedruscos, alienta el esfuerzo… Se supera un desnivel de más de 80 metros en un corto tramo.

    Hasta que la intensa humedad avisa la aparición de la deseada Cascada, la original, la madre de aquellas cascadas que nos revelaron la senda. Allí está, imponente, una única roca recta, una pared absolutamente lisa bañada por cristalina agua. La quebrada se magnifica, se cerraron sus laderas como las manos que se juntan para rezar… Una pequeña olla verde recoge las gotas de su primer gran desplome.

    Se puede arriesgar un escape. Entre las plantas de la ladera norte, manos y pies buscan acercarse de nuevo al alambrado que custodia el sendero de regreso a la Estancia de la familia López.

    En la naturaleza, no hay castigos ni premios, solo consecuencias… Y es una distinguida consecuencia encontrar en la belleza de aquel torrente: la verdad del esfuerzo y la caricia del alma y del cuerpo que olvidó el arresto de la trepada…