Jorge Iriberri «El Visitante Ilustre»

Cuando en aquella Semana Santa del 2001, Nelio Escalante, dueño de un albergue, nos pidió que acompañáramos a esta familia a la cima del Champaquí, no tomamos dimensión de cuanta historia se escondía detrás de este Papá, vestido con un jeans común y una camisa a cuadros. Pasa que a veces, nos equivocamos tanto, al pensar que un buen equipamiento es sinónimo de un buen aventurero, más en estos tiempos en donde el sendero a veces se transforma en una pasarela donde desfilan modelos muy sofisticados de prendas para alta montaña. En la mayoría de los casos, este equipamiento no es necesario, al tratarse de una actividad de senderismo, no de alta montaña.

Lo cierto es que este señor, que se presentó simplemente como «Jorge» llegaba acompañado de sus dos hijos, y tenía intenciones de iniciarlos en esta actividad. No sabemos como se filtró la información, y nos enteramos que se trataba nada más ni nada menos que de Jorge «El Vasco» Iriberri, uno de los argentinos más reconocido en el Mundo de la Aventura.
Fue muy agradable acompañarlo a la cima, más aun en ese momento tan especial, donde iniciaba a sus hijos en la aventura. Su humildad, nos sorprendió, porque no es común en este medio. Por ejemplo, recordamos que uno de los integrantes del grupo le preguntó si él era el de la «Expedición Robinson» (Reality de TV) y él se tomó el tiempo necesario y con un tono muy amable le contó las diferencias entre este programa de televisión y lo que fue la epopeya de cruzar el Atlántico navegando 3.000 millas marinas (5.500 kilómetros), en una primitiva balsa hecha con 9 troncos de madera balsa y una vela.

Jorge Iriberri junto a Alfredo BarragánHoracio Giaccaglia tienen muchas historias en común. Aquí nos valemos de los registros del Diario Clarín: «Juntos escalaron la montaña más alta de América (el Aconcagua) y la de Africa (el Kilimanjaro) y cruzaron la Cordillera de los Andes en dos globos de aire caliente. En 1973, Iriberri y Barragán hicieron por primera y única vez en la historia del río Colorado su recorrido completo -desde la cordillera hasta el Atlántico- a bordo de dos botes de goma. En esa oportunidad, como en todas las que participó Iriberri, los aventureros de turno confiaron en su habilidad manual y su tremenda capacidad de análisis para solucionar imprevistos. También cruzaron el Caribe en Kayak. La travesía por las Antillas duró 61 días, desde el 1 de abril al 31 de mayo: tocaron 23 islas de 12 países. El Comité Olímpico de Puerto Rico consideró una «hazaña histórica» que tablas tan «simples y pequeñas» -de 25 kilos y un solo remo- hayan cruzado el mar, navegando al ras del agua, sin la asistencia de ningún barco.»

Transcribimos parte del artículo que publicaron Adrian Van der Horst y Jorge Cavalca en Revista Gente el 19 de julio de 1984, para describir lo que fue la hazaña de la «Expedición Atlántis»:

«En 1984, durante 52 días de travesía, una balsa con una choza de bambú recorrió las aguas del Atlántico. A bordo, navegaba el coraje, el fervor romántico y la atracción por la aventura épica de cinco argentinos: Alfredo Barragán, abogado; Jorge Manuel lriberri, también abogado; Oscar Horacio Giaccaglia, comerciante; Félix Arrieta, camarógrafo de AIG; y Daniel Sánchez Magariños, recién recibido de ingeniero agrónomo. Todos ellos surcaron 5.500 kilómetros de mar.

Ya estaban a mediados de junio. Hacía más de 20 días que habían partido del puerto de Santa Cruz de Tenerife, islas Canarias, y el sol empezaba a hacer estragos en la piel de los navegantes de la balsa Atlantis. A pesar de que todos eran hombres de piel curtida, acostumbrada a resistir, el sol que caía a pico en la zona ecuatorial medio del Atlántico quemaba fuerte. Y para colmo la crema humectante, que con tanto recelo habían previsto llevar en esta expedición, la olvidaron en las Canarias. Los posibles reemplazos de la crema humectante a bordo de la Atlantis no eran muchos: el aceite de cocina, el aceite de lino utilizado para mantener la flexibilidad en las sogas.

¿Y para qué hacer semejante viaje?, puede preguntarse uno. ¿Para qué viajar tanto y en esas condiciones tan precarias? Un resumen de los objetivos de este viaje puede ser el siguiente: un objetivo esencialmente deportivo; otro científico, porque el viaje de la balsa Atlantis podría demostrar la factibilidad de que los individuos de raza negra representados hace más de 3.500 años en las «Cabezas Colosales» -estatuas de basalto con rasgos africanos hechas por la tribu Olmeca en el golfo de México- hayan provenido de Africa a través del Atlántico; y un tercer objetivo cultural, ya que podrían realizar en este viaje una película de largometraje, un audiovisual con diapositivas y un libro sobre la expedición, todo con carácter documental.

Tres objetivos precisos pero atrás un gusto por encontrarse frente a la naturaleza, con todos los sinsabores y placeres que esto puede acarrear. Placer como el que les suministró a los 25 días de travesía una golondrina que se posó en la balsa. Sin temor alguno compartió con ellos el alimento durante cuatro días. En los primeros días de navegación -partieron el 22 de mayo- esta balsa de 14 metros de eslora (largo de una nave), 5,50 de manga (ancho), hecha con 9 troncos de madera balsa y 6 traviesas ligadas todas con fibra vegetal, se vio obligada a navegar con olas de cuatro a seis metros de altura. Atravesaban una zona de vientos, y la balsa era impulsada por la corriente denominada Canarias. Esta corriente marina, que en su trayecto va cambiando de nombre -Canarias, Nordecuatorial y Ecuatorial-era el «motor», junto al viento que recolectaba una vela cuadrada sostenida de un mástil bípode de 10 metros de altura. Viento y mar, sólo con estos elementos querían llegar hasta América. Contaban, sí, con todos los instrumentos marinos necesarios para fijar la posición en el océano. Aunque a veces pudieron confirmar la ubicación con los datos suministrados por algunos barcos que se cruzaron en su camino.

Una vez los visitó el Flatson Star, un buque mercante alemán que se acercó a 80 metros de la balsa. Las olas impidieron un mayor contacto y la comunicación fue radial. Pero el inglés que hablaban los alemanes del Flatson Star era incomprensible para los tripulantes de la balsa. La solución cayó de sorpresa. A los cinco minutos de un intrincado e incomprensible diálogo entre el capitán del buque alemán y Alfredo Barragán, se escuchó en la radio de la balsa esta frase dicha con un inconfundible acento gallego: «¿Pero es que allí no hay nadie que hable español?» Era el cocinero del barco que había sido mandado a buscar urgentemente por el capitán. Cocinero y traductor improvisado. Y a través de esta voz española la Atlantis confirmó su ubicación. Todo estaba correcto: los datos que registraba el instrumental de la Atlantis era similares a los del Flatson Star.

Troncos, fibra vegetal y caña de bambú -elementos que hace más de 3.000 años podrían haber utilizado los habitantes de Africa-, junto a alimentos deshidratados de agua mineral española, 2 garrafas de 45 kilos de gas cada una, raciones de supervivencia, destiladores de agua, una radio VHF, brújulas, sextantes y cartas marinas.

Hubo dos momentos críticos en la travesía: dos tormentas que amenazaron de muerte a la Atlantis. Olas de más de 8 metros y vientos de 70 kilómetros por hora se opusieron a esta expedición. La primer tormenta duró dos días y fue a los 15 días de la partida de Santa Cruz de Tenerife. La otra castigo casi al final, cuando ya se había atravesado la mayor parte del océano y los hombres de la Atlantis casi saboreaban el triunfo. Varias ligaduras se soltaron, los troncos crujieron como nunca, la vela fue anulada, y todos se ataron a la nave. Había que esperar que el mar se calmara. No había forma de hacer frente a esa pelea. Y cuenta Alfredo Barragán -uno de los principales impulsores de esta expedición-, que cuando se encontraba atado a la balsa en medio de la tormenta se acordó de Dolores, su pueblo, de su familia, y de un libro: Las aventuras de la Kon-Tiki. Ese libro cayó en sus manos cuando cursaba cuarto grado de la escuela normal, y desde entonces esa aventura aumentó su fantasía de adolescente. De chico siempre soñó con ser el capitán de una balsa que atravesaba el mar, y ahora, más de 20 años después de esos sueños, estaba atado a una balsa. Y su vida y la de todos los tripulantes de la Atlantis estaban en manos de una tormenta. Pero el mal tiempo pasó y el peligro también. Y llegaron nuevos visitantes. Los peces voladores los acompañaron durante gran parte de la travesía y varios días unos cuantos globicéfalos-falsas orcas de unos 5 a 8 metros de longitud- giraron continuamente alrededor de la embarcación, como vigilando la ruta. Dos ballenas se acercaron extrañadas durante una mañana de fines de junio. Miraron, olieron, tiraron agua -tal vez en forma de saludo- y se alejaron de esa extraña especie desconocida para ellas.»

Y a los 40 días aparecieron los primeros signos, las señales de que estaban cerca del continente: ramas y manchas de petróleo. Evitaron a la isla de Trinidad-Tobago, sin verla. Dos días antes de la llegada, una lancha de la Armada venezolana hizo el primer contacto con la Atlantis. La corriente los acercaba al puerto de La Guayra. Una fragata misilística, un helicóptero y miles de personas les dieron la bienvenida el 13 de julio en Venezuela. Habían pasado 52 días de travesía y 5.500 kilómetros de mar.

Imágenes:
01 – Jorge junto su hijo en el Cerro Champaquí
02
 – Afiche de la Expedición Atlantis (Extraído de http://www.pfdb.com.ar/pfdb/atlantis.asp)
03 – Jorge junto al Grupo Semana Santa 2001

Vínculos de Interés:* http://www.pfdb.com.ar/pfdb/atlantis.asp
* http://old.clarin.com/diario/99/06/07/e-03001d.htm
* http://old.clarin.com/diario/99/06/07/e-03101d.htm